miércoles, 16 de septiembre de 2015

Witoldo, según Antonio Oviedo


Durante el Coloquio “Gombrowicz o la pasión de ser joven”, que llevamos a cabo el 13 y 14 de agosto de 2015, Antonio Oviedo leyó el siguiente texto. Para los que no conocen a Oviedo, uff, es un buen momento para entrar en la obra de un grande. Miren acá.







No se dejó asfixiar por la adversidad. Una afirmación semejante suena a una exaltación de los esfuerzos casi titánicos que habría realizado Gombrowicz en pos de sus avances y logros –indiscutibles- como escritor. Lo cierto es que se puede escalonar dicha afirmación y entonces subdividirla en varias partes a fin de levantar una plataforma más adecuado o pertinente para situar la aventura –llamémosla así, provisoriamente- gombrowicziana. Los momentos serían los siguientes: llegó a una país extraño; llegó a una lengua extraña; llegó a unos confines no menos extraños para escribir allí sus libros. Trajo en su valija un libro extraño y revelador, Ferdidurke, que había escrito en Polonia, con el cual se abrirá a sí mismo la puerta de sus libros posteriores, fundamentalmente de sus Diarios. Trazó, a lo largo de 24 años, un recorrido, mejor dicho, un derrotero y evitó así la derrota que le hubieran infligido todos los obstáculos, que lo fueron sin lugar a dudas, recién mencionados. No es que los haya vencido, no era quizás su proyecto vencerlos, sino que gracias a esos obstáculos consiguió algo que sólo podía buscar a través de ellos: permitir que su vocación irrenunciable de escritor los fagocitara.


El 21 de agosto de 1939 llega Gombrowicz en el Chrobry al puerto de Buenos Aires; ese día empieza el exilio para el escritor polaco. Decide quedarse porque es vox populi que el estallido de la segunda guerra en Europa es inminente: el fatídico viernes lº de setiembre de 1939 el ejército alemán invade Polonia. Gombrowicz no se exilió deliberadamente, por así decirlo, durante casi 24 años en Argentina, por el contrario, el exilio irrumpió en la vida de Gombrowicz. Es más: la vida de Gombrowicz fue tomada (como cuando se dice que se toma una ciudad, una casa, una fábrica) por el exilio. Dormir en el suelo, pasar varios días sin comer, vivir en habitaciones sórdidas. Abundan esta clase de peripecias, marcan una zona del exilio que no habría que descuidar, ni siquiera cuando Gombrowicz logra cierta estabilidad económica el exilio se aquieta o pierde su virulencia, sus efectos se repliegan para no desaparecer.


Bajo diferentes contextos y circunstancias, el exilio de los escritores, durante el siglo XX, adoptó o mostró un conjunto de modalidades diferentes respecto de esa escisión que supone salir, porque ya no se puede permanecer más en él, de un lugar habitual y entrar a otro donde reina una realidad desconocida en la cual surgirá una clase distinta de inestabilidad existencial estrechamente relacionada con un aspecto específico que no es otro que el literario. Los exilios de Henry James y de T.S. Eliot, de los EE.UU. a Inglaterra, no fueron forzados, si se admite que escribir en la misma lengua de origen aunque en un territorio distinto, no tendría un carácter compulsivo. Sin embargo, la escritura de ambos debió entrar en una geografía distinta para elaborar la obra que cada uno de ellos produjo. Escribir en la misma lengua en un lugar donde también se habla la misma lengua, pero el uso de esa lengua supuestamente similar asume otro estatuto dado que su práctica transcurre en un espacio que no es el de la lengua materna donde previamente quizás era también posible escribir. El uso del adverbio “quizás” es el que denota aquí una no posibilidad. No hay, entonces, una coincidencia entre el lugar de origen y el lugar del exilio desde el punto de vista del uso de la lengua materna. En 1904 Joyce se exilió voluntariamente en Trieste (el puerto del imperio austro-húngaro) durante más de diez años y allí pudo escribir, sin cambiar de lengua pero asimilando sutilmente ciertos microtonos dialectales de una ciudad atravesada además por disímiles lenguas (italiano, griego, judío, alemán, serbio, turcochipriota, etc.), Dublineses,Retrato del artista adolescente y los primeros esbozos del Ulises. Su muerte ocurrió en 1941 en Zürich, otro lugar de exilio donde recaló a causa de la ocupación nazi de Paris, donde estaba viviendo. Son ejemplos que a veces se tocan, a veces se separan pero confluyen desde el punto de vista de la experiencia del exilio, mejor dicho, del exilio que impone el sello de su realidad propia y a la vez de la realidad de la cual es portador el exiliado. Con un dramatismo exacerbado por la huida del ejército alemán de Paris y de Francia, Louis- Ferdinand Céline, el genial autor de Viaje al fin de la noche, antisemita confeso y colaboracionista recalcitrante del reciente poder nazi, huye “como un cobarde” (según el escritor Ernst Jünger, que integraba el alto mando alemán de Paris) a un virtual exilio, va acompañando a los derrotados por una Europa devastada. La frase que en esa oportunidad pronuncia Céline refleja esta situación límite, cada palabra, emitida desde el pavor a un desenlace tan fatal como inevitable, parece conjugar el sonido y la furia de la guerra y una esperanza demencial de sobrevivir por un acto verbal: “Una orden de fusilamiento que no sea dada en francés no tendría valor para mí”.


A diferencia de Gombrowicz, otro polaco, Joseph Conrad (su nombre no adaptado al inglés era Josef Konrad Korzenoiovsky), proclamó: “Puedo jactarme del derecho a que se me crea cuando digo que de no haber escrito en inglés nunca habría escrito ni una sola palabra”. Todas sus novelas, desde El corazón de las tinieblas a Lord Jim y La locura de Almayer demuestran que fue un escritor no polaco. En el marco de un exilio que lo llevó a convertirse en capitán de barcos, se abandonó, como se ha dicho, espontáneamente a su lengua literaria única. Simétrica y colateralmente, Vladimir Nabokov pasó de la lengua rusa al inglés que, enseñado por institutrices, practicó en su infancia antes de la debacle familiar y política desencadenada por la revolución de 1917. Comparte con Gombrowicz casi el mismo año de nacimiento (1899 – 1904) y, lo que no fue menos crucial, el exilio, a partir de 1939, en un espacio extranjero, los Estados Unidos, empujado también por la guerra. Asimismo, los dos dejan atrás un mundo de armonía y calma, la infancia, período que ambos añoran y que al ser irrecuperable adquiere una dimensión mítica envuelta por la nostalgia. El otro aspecto es el de un individualismo a ultranza que los mantiene a distancia de las grandes opciones ideológicas y sociopolíticas del convulsionado siglo en el que transcurrieron sus vidas, éstas siempre blindadas por una soledad altiva y aristocratizante. Por otro lado, tanto uno como otro se burlan de una realidad a la que consideran una mascarada grotesca y lo hacen en nombre de una realidad textual superpuesta sobre el ámbito empírico que los circunda. Un artículo firmado por una crítica literaria, Malgorzaka Smorag, que enseña literatura polaca en la universidad de Paris IV, ha subrayado la existencia de una realidad inventada por los dos en sus libros. “Gombrowicz inventa a la Argentina en Transatlántico como Nabokov inventa a los EE.UU. en Lolita”. A su vez, agrega, “Pornografía y Cosmosinventan una Polonia quimérica como Nabokov inventa en Ada o el ardor una seuda Rusia totalmente fantasmagórica”. Coincidentemente, Nabokov y Gombrowicz actúan cual niños que juegan, que son capaces de anteponer al mundo adulto una gratuidad desenfadada y hostil. Y la definición, que no es la única, que enuncia Nabokov para sus obras literarias podría ser perfectamente aplicable a las que escribió Gombrowicz: “Una perorata frívola y mentirosa”.


Los tres ejes donde el exilio de Gombrowicz encuentra sus cauces más recurrentes y obstinados y que de alguna manera el exilio utilizó para exponer sus facetas con frecuencia ásperas e incandescentes son los Diarios (al menos los dos primeros tomos), Peregrinaciones argentinas y Conversaciones con Dominique de Roux. Con sus escalonamientos, con sus desvíos, con sus lineas zigzagueantes, con sus fracturas, con sus idas y venidas, indisociable del estrépito de los golpes que se descargan incluso impiadosamente sobre los más orgullosos, el exilio, hay que decirlo, no le impide a Gombrowicz el trabajo literario. Gombrowicz es escritor por el trabajo del exilio, por el modo en que éste moldea lo que escribe, y que en no poca medida también deja sentir su peso en determinadas conductas que hablan de sus irreverencias y de su rechazo categórico al conformismo del hombre de letras que acepta pasivamente ostentar dicho rótulo. Construye su exilio mediante tanteos, examina a medias lo que es engañosamente firme, pisa terreno inseguro pero esta dificultad no lo detiene. Estas observaciones tienen su correlato en un hecho ocurrido con motivo de una conferencia que leyó Gombrowicz y que, como sucede con ciertos hechos que desde el vamos preanuncian repercusiones futuras, tiene una fecha precisa que no pasó al olvido: 28 de agosto de 1947. Esa tarde Gombrowicz leyó su texto Contra los poetas en la antigua librería Fray Mocho de Buenos Aires. Al respecto, en un artículo publicado hace unos ocho años, Ricardo Piglia, con su innegable sagacidad propuso un análisis que no podría ser soslayado. Cuando ha transcurrido una tercera parte de su exilio en la Argentina, Gombrowicz, con una audacia que no necesita elogios, expone y se expone.


Acaban de ser editados, ese mismo año, dos libros suyos: la traducción al español deFerdydurke y la obra de teatro El matrimonio. Por supuesto que la repercusión de esos libros es casi nula. Gombrowicz se presenta con un impermeable de los años ’30 y con sombrero. “El conde como pordiosero elegante”, anota Piglia con ironía no exenta de admiración. Parafraseando a Joyce, también se puede sugerir que su figura compone el “retrato del artista indigente”. Intrépido, Gombrowicz dará la conferencia en castellano y no en el francés que hablaba como una segunda lengua. Un castellano sintáctica y gramaticalmente limitado por no decir que está hecho, cabe suponerlo, de intermitentes balbuceos. El castellano de Gombrowicz, aclara también Piglia, es el que aprendió en Retiro, el espacio por antonomasia de sus incursiones sexuales con marineros, con obreros, con jóvenes que deambulan, como el propio escritor, por esos ámbitos donde la vida urbana se resquebraja minuto a minuto, donde sus manifestaciones expresan intercambios inmediatos, sinuosos, plagados incluso de una rapiña urgente y salvaje. Un espacio donde la alta cultura (la del grupo Sur, la de Mallea, la de Victoria Ocampo, la del mismo Borges) se desfonda y se deshilacha. El título que eligió Piglia para su texto es bien elocuente: “La lengua de los desposeídos”, es decir, la que Gombrowicz articula a duras penas y que no refleja tanto una dificultad relacionada con el esfuerzo sino que éste es el que permite hablarla. Esa lengua traduce, por así decirlo, la precariedad, las carencias, la inferioridad, en fin, todas palabras que designan la inmadurez, lo incompleto, lo que se resiste a la pacificación y subsiste en la intemperie. Una cita, transcripta por Piglia, de la versión original de la conferencia de Gombrowicz es igualmente insoslayable: “A veces –afirma Gombrowicz- me gustaría mandar a todos los escritores al extranjero, fuera de su propio idioma y fuera de todo ornamento y filigrana verbales para probar qué quedará de ellos”. Con estas palabras, Gombrowicz se alude a sí mismo, en ellas late el fulgurante destino de su exilio sobrellevado en condiciones de supervivencia muy arduas en las cuales su lengua de outsider (la polaca y la española, con sus tajantes intersecciones y antinomias) tampoco se mantuvo ajena a tales inclemencias. La primera frase leída de este escrito, rezaba: No se dejó asfixiar por la adversidad. El axioma de Nietzsche no porque sea descriptivo es menos contundente: “La adversidad protege”.


miércoles, 9 de septiembre de 2015

¿Existe la sociedad? - Roberto Arlt


Yo creo que la sociedad o “nuestra sociedad” (la de ellos, no la mía) existen para los que creen en ella. Pasa con esto lo mismo que con aquellos sujetos que toman cocaína. En cuanto, probaron ese alcaloide, dicen con el tono más lleno de suficiencia que puede conocerse:
-Hoy todo el mundo toma cocaína.

Y todo el mundo, como es natural, son ellos y otros cuatro gatos.

Para el que no cree en “nuestra sociedad” (la de ellos), ésta no pasa de ser un conglomerado de personas que tienen o tuvieron dinero con una antigüedad  no inferior a la de cien años de residencia en el país. Pongamos este ejemplo. Estamos en el año 1930. Yo soy un fulano, el fulano Roberto Arlt que escribe en un periódico. En el año 1950 o 1960, reviento y empiezo a tener talento. Si tengo algún hijo malandrino, desalmado e inteligente y que sabe robar a sus prójimos, este hijo en el año sesenta, explota mi nombre, mi prestigio, además explota su sagacidad, su desvergüenza, su falta de escrúpulos, se casa con alguna muchacha de plata y el año 1980, tenemos en la Argentina, unos Arlt aristócratas, pilletes y desvergonzados hasta decir basta, que donde vayan explotarán el nombre del abuelo que fue escritor…e incluso inaugurarán, si a más no viene, estatua del difunto, con un aire extraordinariamente compungido. Y estos Arlt malandrines y sinvergüenzas, inventarán historias fantásticas, dirán que su abuelo era un aristócrata, o que el padre de su abuelo, harto de vivir en Europa entre algodón en rama, se vino a América a civilizar a sus naturales. Todas estas enormidades grotescas, constituyen en el presente una estupidez y en el futuro lo que se llama “abolengo”. El “abolengo” es la necedad y la necesidad embotellada cien años en una garrafa que el tiempo va dorando con mentiras.

Gombrowicz, Borges, J.A. Miller y F. Regnault

Los poderes de la literatura.
Jaques-Alain Miller (Fragmento de: Un comienzo en la vida. De Sartre a Lacan, Síntesis, 2003)

Nuestra intención –que no es aquí sino su declaración- es que la literatura se someta a estudios relativos no a sus efectos, sino a sus poderes.
Poder: no se trata de lo que sobre sí misma puede la literatura.
Por ello, los ensayos que componen estos primeros estudios no le reconocen un fuera –salvo que se determine por medio de esta abstracción una exterioridad que se revele en su dentro, hasta el punto en que se convierte en central para su sistema y se identifica con su principio-. Así pues, el relato de Borges se produce como ficción a partir de la ausencia de los libros que no es.
Poderes de la literatura, en nuestra opinión, lo que en ella se reduce al tratamiento del lenguaje por su estructura, rechazando el significado-para-el-lector a la posición de un efecto de transformación. Poderes pues, sobre la significación, de lo insignificado del significante.
Esto basta para hacer comprender que el concepto de estos poderes no podría hallar su sitio en las doctrinas en que el lenguaje esta con el mundo en la relación del significante con el significado. Éste es el error de Sartre –tal como se enuncia directamente en su intervención en el debate del antiguo Clarté, acogida favorablemente por el público del Barrio Latino como la bien pensante mejor pensada-. Éste es debido a la confusión del significado con el objeto con el que se acomoda en lo real, tras lo cual la designación se ve promovida a uso natural del significante, y su reflexión a alineación, cuya función, atribuida al significado, elude la dimensión sistemática de la significación.
Si se la circunscribe por lo contrario como tal, sus leyes nos aseguran que el discurso se constituye al hablar de sí (todo lenguaje es metalenguaje), de tal forma en la empresa de cerrarse sobre sí abre en sí una falla que resulta ser irreductible en la formalización lógica (no hay meta-lenguaje).
Se nos concederá por lo menos que, para enterarse, con algún rigor, de lo que Sartre considera “redoblamiento reflexivo de ciertos signos sobre otros signos”, sea preciso repartirlo en las cuatro estructuras dobles de la relación código-mensaje: mensaje que remite al mensaje, código que remite al código, mensaje que remite al código, código que remite mensaje. Se considerará, si se quiere, que las tres lecturas siguientes se realizan a través de estas claves. Se verá, en particular, en una gramática en la que esboza el diseño de la Mise à mort, la función singular que puede asumir el “yo”, en tanto que enunciado que se transgrede hacia lo existente.
Sin embargo, lo que distingue para nosotros a Aragón, Borges, Gombrowicz, no es que se comenten ellos en el acto de escribir –ya que también, “toda gran obra tiende, como su propia asíntota, a no tener más que su composición como tema”-. Es que huyendo del mal infinito de una diferencia suya incesantemente reducida, y cortando bruscamente un progreso casi-introspectivo hacia la autonen un punto, realizan el límite de la asíntota-. A partir de lo cual, encarnada su imposible presencia (véase el personaje anamórfico de Olek en La Pornographie), convertida de hecho la composición en tema, se construye un relato a medida que se enuncia el sistema que lo sostiene.
imia que quedaría bajo la dependencia de una toma-de-conciencia -
“Una literatura cuyo sistema se apercibe está perdida”, decía Valéry. Pero no es así: comienza una literatura otra, asíntota acabada, maquina montada con el solo fin de permitir la descripción de su funcionamiento. Así es como, bajo la mano de Edison, que acaba de ensamblarlo, se entreabre Hadaly, adorable autómata de resortes singulares, exasperando el deseo, de no tener secreto –de no ser sino un secreto-. ¿Quién podría gozar de él? Edison se olvidó de regular su desarreglo. Aragón,
Borges, Gombrowicz son ingenieros de otra fuerza: vean cómo ponen su grano de arena.

(Publicado originalmente en Cahiers marxistes-léninistes, n.º 8, enero 1966).


La orientación de la novela. (Fragmento de: Un comienzo en la vida. De Sartre a Lacan, Síntesis, 2003)
J-A Miller y Francois Regnault

La novela no es interminable.
Género literario, que un día comenzó. El haber nacido lo ha destinado a la muerte, y a lo largo de su devenir se expone a la ley que necesita su extinción: tras haber conocido estados en número finito, halla su posición de reposo. Esta parada le construye un destino. Hay que entender por destino un sistema –no tan perfecto que no admita la contingencia remanente- que ofrece el embrollo manifiesto de la historia literaria.
Se querrá ejemplificar aquí de la novela su información inicial –sea lo que transforma para emprender su proceso: el mito –y su información conclusiva- cuando, agotada, trata su propia ley, que viene entonces a transformar el proceso que comanda.
La auto-aplicación de la novela le impide cesar a partir de ese momento. Terminada, aunque indefinida, entra en lo interminable.

Que la novela transforma el mito, se puede ver en las sustituciones de ananké por tychè, la palabra conminatoria de los oráculos por los azares heroicos de una libertad, las coerciones de un saber teogónico por las certidumbres intimas y demoníacas, mutaciones de instancias que dejan el argumento invariado. El relato mítico se distingue por el hecho de que funciona en el mismo una cosa sin razón (que Georges Duménzil nos indica en el furor, principio de un “determinismo irracional”). La novela se define por racionalizarla al motivarla: la consecución (secuencia de los episodios) tolera, imperturbada, el desplazamiento de la consecuencia, mientras que la figuración heredada encuentra aplicación en el nuevo género. De este modo, la mujer impúdica, aquí reina irlandesa, amedrenta al héroe para aplacarlo, ahí, amante más que romana, lo enardece.
La racionalización novelesca es pues la introducción en el argumento del mito de los cálculos psicológico y jurídico del interés, o sea la motivación y el juicio, doble discriminación que consagra a Horacio como responsable y lo convierte en persona propiamente dicha. Por el contrario, el furor muestra al héroe al despersonalizarlo.
Motivación implica interpretación, lo cual justifica a Tito Livio que por miramiento siempre pone un sivesive en la versión mítica y la solución prosaica, ella misma a menudo plural interpretación implica equivocidad: en un carácter, tensión de posibles y convergencia de rasgos opuestos, que la in extremis a Horacio glorioso.
persona hace compatible. El mito divide este mixto: se verán ejemplos en la india (Indra delega en Trita su culpabilidad en el crimen necesario) y en Persia (doble héroe, doble proeza, doble historia). Le falta el juego de manos del derecho romano que conduce a Horacio culpable a la muerte-para salvar

En el otro extremo del recorrido Aragón y Gombrowicz no serán  mal recibidos, recomenzando en algunos de sus héroes escisiones similares, donde la novela capta su doble. Aragón hará que Ant(h)oine pierda su reflejo en el espejo y las insignias de su unidad. Gombrowicz hará superflua la participación de Skuziak en la intriga, y gratuito su acto.
Poner a esta distancia la psicología y sus razones suficientes, es, a buen seguro, retornar al mito.


1967