miércoles, 9 de septiembre de 2015

Gombrowicz, Borges, J.A. Miller y F. Regnault

Los poderes de la literatura.
Jaques-Alain Miller (Fragmento de: Un comienzo en la vida. De Sartre a Lacan, Síntesis, 2003)

Nuestra intención –que no es aquí sino su declaración- es que la literatura se someta a estudios relativos no a sus efectos, sino a sus poderes.
Poder: no se trata de lo que sobre sí misma puede la literatura.
Por ello, los ensayos que componen estos primeros estudios no le reconocen un fuera –salvo que se determine por medio de esta abstracción una exterioridad que se revele en su dentro, hasta el punto en que se convierte en central para su sistema y se identifica con su principio-. Así pues, el relato de Borges se produce como ficción a partir de la ausencia de los libros que no es.
Poderes de la literatura, en nuestra opinión, lo que en ella se reduce al tratamiento del lenguaje por su estructura, rechazando el significado-para-el-lector a la posición de un efecto de transformación. Poderes pues, sobre la significación, de lo insignificado del significante.
Esto basta para hacer comprender que el concepto de estos poderes no podría hallar su sitio en las doctrinas en que el lenguaje esta con el mundo en la relación del significante con el significado. Éste es el error de Sartre –tal como se enuncia directamente en su intervención en el debate del antiguo Clarté, acogida favorablemente por el público del Barrio Latino como la bien pensante mejor pensada-. Éste es debido a la confusión del significado con el objeto con el que se acomoda en lo real, tras lo cual la designación se ve promovida a uso natural del significante, y su reflexión a alineación, cuya función, atribuida al significado, elude la dimensión sistemática de la significación.
Si se la circunscribe por lo contrario como tal, sus leyes nos aseguran que el discurso se constituye al hablar de sí (todo lenguaje es metalenguaje), de tal forma en la empresa de cerrarse sobre sí abre en sí una falla que resulta ser irreductible en la formalización lógica (no hay meta-lenguaje).
Se nos concederá por lo menos que, para enterarse, con algún rigor, de lo que Sartre considera “redoblamiento reflexivo de ciertos signos sobre otros signos”, sea preciso repartirlo en las cuatro estructuras dobles de la relación código-mensaje: mensaje que remite al mensaje, código que remite al código, mensaje que remite al código, código que remite mensaje. Se considerará, si se quiere, que las tres lecturas siguientes se realizan a través de estas claves. Se verá, en particular, en una gramática en la que esboza el diseño de la Mise à mort, la función singular que puede asumir el “yo”, en tanto que enunciado que se transgrede hacia lo existente.
Sin embargo, lo que distingue para nosotros a Aragón, Borges, Gombrowicz, no es que se comenten ellos en el acto de escribir –ya que también, “toda gran obra tiende, como su propia asíntota, a no tener más que su composición como tema”-. Es que huyendo del mal infinito de una diferencia suya incesantemente reducida, y cortando bruscamente un progreso casi-introspectivo hacia la autonen un punto, realizan el límite de la asíntota-. A partir de lo cual, encarnada su imposible presencia (véase el personaje anamórfico de Olek en La Pornographie), convertida de hecho la composición en tema, se construye un relato a medida que se enuncia el sistema que lo sostiene.
imia que quedaría bajo la dependencia de una toma-de-conciencia -
“Una literatura cuyo sistema se apercibe está perdida”, decía Valéry. Pero no es así: comienza una literatura otra, asíntota acabada, maquina montada con el solo fin de permitir la descripción de su funcionamiento. Así es como, bajo la mano de Edison, que acaba de ensamblarlo, se entreabre Hadaly, adorable autómata de resortes singulares, exasperando el deseo, de no tener secreto –de no ser sino un secreto-. ¿Quién podría gozar de él? Edison se olvidó de regular su desarreglo. Aragón,
Borges, Gombrowicz son ingenieros de otra fuerza: vean cómo ponen su grano de arena.

(Publicado originalmente en Cahiers marxistes-léninistes, n.º 8, enero 1966).


La orientación de la novela. (Fragmento de: Un comienzo en la vida. De Sartre a Lacan, Síntesis, 2003)
J-A Miller y Francois Regnault

La novela no es interminable.
Género literario, que un día comenzó. El haber nacido lo ha destinado a la muerte, y a lo largo de su devenir se expone a la ley que necesita su extinción: tras haber conocido estados en número finito, halla su posición de reposo. Esta parada le construye un destino. Hay que entender por destino un sistema –no tan perfecto que no admita la contingencia remanente- que ofrece el embrollo manifiesto de la historia literaria.
Se querrá ejemplificar aquí de la novela su información inicial –sea lo que transforma para emprender su proceso: el mito –y su información conclusiva- cuando, agotada, trata su propia ley, que viene entonces a transformar el proceso que comanda.
La auto-aplicación de la novela le impide cesar a partir de ese momento. Terminada, aunque indefinida, entra en lo interminable.

Que la novela transforma el mito, se puede ver en las sustituciones de ananké por tychè, la palabra conminatoria de los oráculos por los azares heroicos de una libertad, las coerciones de un saber teogónico por las certidumbres intimas y demoníacas, mutaciones de instancias que dejan el argumento invariado. El relato mítico se distingue por el hecho de que funciona en el mismo una cosa sin razón (que Georges Duménzil nos indica en el furor, principio de un “determinismo irracional”). La novela se define por racionalizarla al motivarla: la consecución (secuencia de los episodios) tolera, imperturbada, el desplazamiento de la consecuencia, mientras que la figuración heredada encuentra aplicación en el nuevo género. De este modo, la mujer impúdica, aquí reina irlandesa, amedrenta al héroe para aplacarlo, ahí, amante más que romana, lo enardece.
La racionalización novelesca es pues la introducción en el argumento del mito de los cálculos psicológico y jurídico del interés, o sea la motivación y el juicio, doble discriminación que consagra a Horacio como responsable y lo convierte en persona propiamente dicha. Por el contrario, el furor muestra al héroe al despersonalizarlo.
Motivación implica interpretación, lo cual justifica a Tito Livio que por miramiento siempre pone un sivesive en la versión mítica y la solución prosaica, ella misma a menudo plural interpretación implica equivocidad: en un carácter, tensión de posibles y convergencia de rasgos opuestos, que la in extremis a Horacio glorioso.
persona hace compatible. El mito divide este mixto: se verán ejemplos en la india (Indra delega en Trita su culpabilidad en el crimen necesario) y en Persia (doble héroe, doble proeza, doble historia). Le falta el juego de manos del derecho romano que conduce a Horacio culpable a la muerte-para salvar

En el otro extremo del recorrido Aragón y Gombrowicz no serán  mal recibidos, recomenzando en algunos de sus héroes escisiones similares, donde la novela capta su doble. Aragón hará que Ant(h)oine pierda su reflejo en el espejo y las insignias de su unidad. Gombrowicz hará superflua la participación de Skuziak en la intriga, y gratuito su acto.
Poner a esta distancia la psicología y sus razones suficientes, es, a buen seguro, retornar al mito.


1967