sábado, 1 de agosto de 2015

Irrupción de las formas inmaduras - César Mazza

Texto pubicado en Virtualia


Años de inmadurez

Jacques Lacan plantea en su Homenaje a Margaritte Duras que los artistas siempre nos llevan la delantera. Se tratará entonces de aprender de ellos, ubicar de qué manera, cierta literatura prende en el discurso analítico, pero ¿para qué? No para hacer una pseudoliteratura lacaniana, sino para extraer del texto literario alguna consecuencia analítica.
Consideraré a Witold Gombrowicz, escritor polaco residente en Argentina entre los años 1939 y 1963. La reciente reedición por Cuenco del Plata de su ópera prima, la novela Ferdydurke, y el Congreso Internacional Witold Gombrowicz [1], organizado por la Biblioteca Nacional, vuelven a poner en escena su irreverente y virulenta obra. Curiosamente en un próspero año ‘44 aparece en la revista Papeles de Buenos Aires el adelanto de un capítulo en castellano de Ferdydurke. En esa ocasión se reseña al autor de la siguiente manera: “WG, escritor polaco de la joven generación, habitador actual de Buenos Aires, nos propone uno de sus cuentos `purononsense’. Integra un libro titulado Ferdydurke aparecido en Varsovia un año antes de la guerra. Especie de libelo fantástico-humorístico contra la cultura moderna, constituye una crítica de las formas maduras de la cultura realizada desde el punto de vista de las necesidades de nuestra ‘inmadurez’, cuya teoría ha desarrollado. El libro repercutió en los ámbitos literarios polacos por su arte como por su revisionismo intelectual e ideológico. Su traducción al inglés y francés fue interrumpida por la guerra”.

Irrupción

Me serviré de un libro de Jacques-Alain Miller, publicado en el 2002, Un début dans la vie. De Sartre à Lacan, [2] el cual reúne textos de sus comienzos en la escena pública, para destacar el valor de los años inmaduros. Tal como se plantea en el Prefacio, estos textos dan cuenta de un tiempo de pasaje en la vida del autor. Un tiempo fecundo que prepara el terreno para su entrada al discurso de Lacan. Contra todo concepto de progreso o de maduración este momento es un pase al que se vuelve incesantemente: “Al echar un primer vistazo a los textos aparecidos en 1960 en una revista del Liceo Louis-Le-Grand-, me doy cuenta que el muchacho no es otra cosa que yo (je). (...) Ya tenía que decir yo, avanzar por la vía de la confidencia, demostrarse al público, y desafiar las conveniencias. Con este retorno, no he hecho sino volver a encontrar ese camino”.
En “Los poderes de la literatura”, publicado originalmente en los Cahiers marxistes-léninistes de enero del ‘66, se subraya una referencia a Gombrowicz. Miller plantea que el poder en juego en ciertas obras, más específicamente en Aragón, Borges y Gombrowicz,[3] radica en el tratamiento que esta literatura hace del lenguaje por su estructura. Un proceder que, al rechazar “el significado-para-el-lector”, hará valer un poder de transformación causado por “lo insignificado del significante”. Un texto “desacomodado”, disonante respecto del “trabajo de infiltración” al que Miller se había encomendado junto con sus camaradas del Círculo comunista de la rue de Ulm. Claro, la carta de un tal Jacques Lacan ya estaba haciendo también su trabajo de infiltración...
El irreverente autor cita a Lacan mientras se diferencia de Jean-Paul Sartre en cuanto a la función asignada al significante en su relación con el significado. Entonces ubica que en la estructura del lenguaje hay un pliegue. Las leyes del significante nos aseguran que el discurso se constituye al hablar de sí (todo lenguaje es meta-lenguaje). De tal forma que la empresa de cerrarse sobre sí, abre en sí una falla que resulta ser irreductible en la formalización lógica: no hay meta-lenguaje. ¿Las consecuencias de semejante afirmación? Contundentes: cierta literatura prescinde de cualquier metalenguaje que apacigüe el lenguaje que ha inventado. En este punto la literatura no se doblega ante las formas establecidas y no habrá nada por fuera de ese mundo, de esas formas inmaduras o de ese lenguaje inclasificado que la misma literatura propone.
Asimismo, Miller se hará eco de una especie de axioma de Philippe Sollers “toda gran obra tiende, como su propia asíntota, a no tener más que su composición como tema”. Para demostrarlo presenta el procedimiento anamórfico en la novela Pornografíade Gombrowicz. En esa novela se construye el relato, al mismo tiempo que se enuncia el “sistema que lo sostiene”. El empleo de la anamorfosis desplegado por Lacan en su Seminario del ‘64 será una clave que organiza la lectura.[4]
Para rematar Miller plantea la cuestión entre una invención y sus consecuencias. Comienza a desplegar un juego con sus propios dobles. Por una parte, expone su distancia con J-P Sartre y cita a Lacan. Un juego donde el jugador no saldrá de la misma manera en la que entró. Puesto que, como dice en el Prefacio, el nombre del filósofo ya había sido utilizado para retocar el suyo. A partir de la entrevista a J- P Sartre, realizada a sus dieciséis años, pasa a nombrarse Jacques-Alain. Por otra parte, la relación con Althusser se desajusta por la singular forma de entender el marxismo. Contra todo ideal, que albergan los que se creen puros, su marxismo es “impuro”, “marginal” e “inoportuno”. Él encuentra en esta literatura, sostenida en el significante sin sentido, el pivote del materialismo. El poder de la letra hizo lo suyo... inmediatamente a la publicación de ese número de los cahiers marxistes-léninistes, estos fueron destruidos y el autor se despidió definitivamente de ellos.

¿Qué hacer con Gombrowicz?

El planteo estético de Gombrowicz está centrado en la inmadurez y la forma: “Es un hecho que los hombres están obligados a ocultar su inmadurez, pues a la exteriorización sólo se presta lo que ya está maduro en nosotros”. Vale decir que hay una separación entre estos dos mundos, la de los inmaduros/maduros. Asimismo, hay dos acepciones de la inmadurez. Una, tiene que ver con las formas inacabadas que irrumpen en determinados acontecimientos de cuerpo y que pueden ser utilizadas como instrumentos de innovación o de creación. La otra, es un infantilismo, una inmadurez de segundo orden, que surge como consecuencia del poder que ejerce un hombre sobre otro y “que también – ¡qué raro!- del mismo modo actúa la cultura.”
Gombrowicz pondrá en el corazón de su escritura el valor disruptivo de la primera acepción de inmadurez destacando la figura de la juventud como un momento en la vida de una persona o de una comunidad. En uno de esos momentos Pepe,el personaje de Ferdydurke exclama: “Pero yo era -!ay de mí!- un adolescente y la adolescencia era mi única institución cultural!”. Estos momentos son decisivos ya que se sostienen de actos que escapan a la cronología de los cuerpos. Es de subrayar que estos actos no están cargados de mayúsculas como aquellos que se puede proponer alguien que quiere, mediante la literatura, transformarse en “¡El Poeta, el Vate, la Grandeza, la Belleza, el Misterio, la Luz, el Camino y el Destino!”. No, el acto que fuerza la inventiva o creación de las formas se efectúa con las partes sueltas del cuerpo, por ejemplo con un muslo. [5]
El personaje mencionado de Ferdydurke luego de despertar de un sueño comienza a experimentar una auténtica pesadilla porque sufre una extraña transformación: al promediar la treintena se encuentra obligado a cursar nuevamente la escuela secundaria. Allí tiene que sortear la embestida, los intentos permanentes de ser infantilizado por el temible Maestro Pimko o por las tías culturales. Esquiva ser puesto, forrado, envuelto en el mundo de los maduros de una forma tal que no quede eliminado cualquier atisbo de su singularidad o inmadurez.
“Pero mi situación era poco clara y yo mismo no sabía que era: hombre o adolescente; y así, al comenzar la segunda mitad de mi vida, no era ni esto ni aquello-era nada-, y los de mi generación que ya se habían casado y ocupaban puestos determinados, no tanto frente a la vida como en diversas oficinas, me trataban con una justificada desconfianza”. Esta sutil diferencia entre lo privado y lo público nos permite diferenciar el valor de cambio del valor de uso tal como lo desarrolla Jacques Lacan. [6]
Un objeto o un hacer pueden ser útiles sin que necesariamente se constituyan en mercancías. Es decir, que el valor de uso siempre es en singular: no se cambia un traje por otro ni un valor de uso por otro idéntico, dirá Marx. Alguien puede responder con madurez a las exigencias laborales de un mercado pero no necesariamente frente a la vida pulsional. Esta supuesta inmadurez en la vida adquiere para Gombrowicz un valor de uso. Pero la ambición del autor es que un valor de uso se traduzca en un valor de cambio, que logre adquirir un valor cultural: “Si no lográis juntar de algún modo más estrecho esos mundos, la cultura será siempre para vosotros un instrumento de engaño”.
En la clase del Seminario 24, titulada “Hacia un significante nuevo”, Lacan define la madurez de la lengua como el uso cristalizado por el sentido corriente. Para llegar a proponer que la poesía depende de la violencia que se pueda efectuar sobre este uso consagrado. En este punto conjeturamos que la inmadurez en Gombrowicz es equivalente a un uso de lalengua donde se invierten efectos de creación. Jacques Lacan dirá que al psicoanálisis le interesa ese uso singular que en cada caso podemos localizar. En Gombrowicz, la función de creación está en las bruscas irrupciones de las formas inmaduras, sin clasificar. Pero, ¿qué hacer con Gombrowicz?; un esfuerzo más y la interpretación del analista se podrá ubicar como la forma más inmadura de la poesía.

NOTAS
2. Versión española. Un comienzo en la vida. De Sartre a Lacan, Ed. Síntesis, Madrid, 2003.
3. En cuanto a la ubicación de Borges junto a Gombrowicz cabe recordar la posición del escritor Edgardo Russo cuando afirma que “las Inquisiciones de Gombrowicz asumen una modalidad más salvaje que la de Borges” (Consideraciones sobre el panfleto de Gombrowicz contra los poetas, Ed., UNL, Santa Fe, 1986). Cuestión que dejaremos pendiente.
4. Se puede seguir el desarrollo de este procedimiento en el libro de Germán García, Gombrowicz. El estilo y la heráldica, Ed. Atuel, Bs. As, 1992.
5. Germán García desplegará este punto respecto del héroe irrisorio de nuestro tiempo “Gombrowicz lo somete a la lógica de las partes, sin responder con el conocimiento: cultiva una sabia estupidez” (Germán García: “Gombrowicz: cómico de la lengua”, en escrita facsimilar t 1, Ed. Eduvim, Villa María, Córdoba, 2013).
6. Cf. Seminario Aún y en el capítulo “La mercancía y del dinero” de El Capital de Kart Marx.