Acercamos un texto autorizado por el escritor y
psicoanalista G. García sobre esta extraña relación del psicoanálisis hacia la
literatura y viceversa. Atravesaremos la noción freudiana de sublimación usada
por el autor W. Gombrowicz, desplazándonos hacia la vía -el tao- del analista
que en su recorrido se encuentra entre su nombre y el de su familia, entre la
imagen de su persona y lo absurdo de su escritura. Allí es donde nos convoca
éste texto para introducirnos en una enmarañada cuestión expresada también por un Lope de Vega: “La pintura es poesía muda” y “La poesía, pintura que
habla”, y arrojarnos en el interrogante sobre el final de análisis como un
puerto seguro al nombre propio ¿...? ¿Que nos podrá enseñar éste irreverente artista
polaco siempre dispuesto a conmover lo armonioso de las formas? Los invitamos a
descubrirlo…
Literatura y fin de análisis.
Germán García.
Witold Gombrowicz logró la proeza de hacer decir a los
críticos su visión sobre lo que había escrito. Así, se trate de comentarios
polacos, franceses o españoles, se repite lo dicho por el autor sobre su obra,
sin arriesgar ninguna opinión.
Por ejemplo, es evidente la permanencia –escindida
hasta el grotesco- de un yo aristocrático que se encuentra fascinado por la modernidad. Fascinado, es decir, paralizado.
Ese yo aristocrático que ya Montaigne aparece
replegado, es puesto de nuevo en la
escena por Gombrowicz.
De manera provocativa, su Diario comienza así: “Lunes
Yo. Martes Yo. Miércoles Yo. Jueves Yo. Viernes Yo.” (Diario, tomo I).
Unas páginas después Gombrowicz opone la “confianza
que inspira Montaigne” a la falta de fuerza, de atractivo y resolución de los
escritores polacos. (Diario, tomo I).
Y más adelante, la pregunta: “¿acaso tenemos un lenguaje común yo, que provengo
de Montaigne y Rabelais, y la fervorosamente creyente autora de la carta?” (Diario, tomo I).
Estoy advertido, puesto que cito de Gombrowicz lo
siguiente: “¡Psicoanálisis! ¡Diagnóstico! ¡Fórmula! Mordería la mano del
psiquiatra que pretendiese destriparme privándome de mi vida anterior; no se
trata de que el artista no tenga complejos, sino de que sepa transformar el
complejo en un valor cultural”.
Pero también estoy advertido que esa es la definición
de la sublimación, en los mismos términos que la propone Freud (dicho sea de
paso, el joven Gombrowicz comentó la traducción al polaco de la Interpretación de los sueños).
Por otra parte, esa transformación del “complejo en
valor cultural” es lo que Jaques Lacan llamó el hacerse ser, por lo
general mediante una obra que vuelva consistente el nombre propio.
Algunos lo descubren al final de un análisis y pueden
ubicar la causa de su deseo en cierto “árbol genealógico” –la metáfora es de
Lacan- que sostendrá sus obras y/o amores.
James Joyce, sabemos, hace pasar la historia de la
humanidad por las iniciales de un nombre: HCE.
Este no sería el camino del analista, pero es con
seguridad la salida del artista: transformar lo que sea en valor cultural.
Moi, Gombrowicz, un documental realizado por la televisión francesa,
incluye esta declaración de Gombrowicz: “Me resulta penoso saber que de esta
época argentina, quedara tan poco. ¿Dónde están los que podrían contarme,
describirme, restituirme tal como fui? La gente que yo frecuentaba no era, en
general, literatos. No se puede esperar de ellos anécdotas pintorescas,
detalles característicos, acertados, logrados. Hay que confesar, por otro lado,
que era diferente con cada uno de ellos, así que nadie sabe cómo era
realmente”.
En tanto es el deseo de uno lo que le otorga sentido a
las palabras del otro y viceversa, estamos de nuevo en un malentendido.
También quise valerme del malentendido cuando titulé Gombrowicz, el estilo y la heráldica.
La heráldica, como saben, es el conjunto de los
conocimientos relacionados con los escudos nobiliarios, los blasones de los
escudos de armas. Creo que Grombrowicz blasona
y que su divisa, como lo recuerda su amiga Alicia Giangrande, es: por bueno que sea un ambiente, siempre se lo
puede arruinar.
No soy el primero en apelar a estas metáforas para
hablar de literatura. Lawrence Durrell usaba el termino heráldico, incluso lo
justifico en los siguientes términos: “Señalo también el uso del adjetivo
`heráldico`, del que a menudo he tenido que responder ante los críticos.
Significa simplemente el mandala del poeta o del poema. El alquímico sello o
firma del individuo; lo que queda cuando extrae el ego. ¡Es la absoluta nulidad de la entidad que el poema representa
como un ideograma!” (Una sonrisa en el
ojo de la mente. Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1980).
Este ideograma sin ego
es la obra de Gombrowicz, es lo que queda de la absoluta nulidad de una
genealogía perdida y sustituida por la mandala de un estilo.
Severo Sarduy cuenta, poco antes de su muerte, lo
siguiente: “Le digo un día a Gombrowicz, creo que en Royaumont, en todo caso
bajo un árbol: “Estoy perdido y solo, escribo en español, y más bien en cubano,
en un país que no se interesa en nada que no sea su propia cultura, sus
tradiciones y en el que, lo que no es ya notorio, se puede ser asimilado
totalmente, sin dejar residuos de la pasada identidad del autor, es como si no
existiera”. Con ese habitual deje de ironía, su sonrisa discreta pero burlona y
ese jadeo asmático que entrecortaba sus frases, me responde cortante: -¿Y qué
dirías, Nene, de un polaco en Buenos Aires?” (Babelia- Suplemento de El
País, Madrid, 14/08/93).
Ferdydurke, palabra de la que el lector
puede elegir decir el, la, un, una; es una verdadera divisa[i]. Me
informé de que en la Edad Media las divisas se dividían en cuatro clases: las
figuradas, a imitación de los arabescos moros, por colores o mezcla de colores,
y en las cuales tenían su origen los cordones o lazos de amor que rodeaban el
escudo de los reyes de Cárdena; las divisas consistentes en solo palabras,
llamadas por eso alma sin cuerpo;
las que por, el contrario, estaban constituidas por las figuras mudas, o cuerpos sin alma, y, por último
las que tenían a la vez cuerpo, es decir, la representación material de la
idea, el dibujo de la imagen, y el alma, el mote,
la leyenda o exergo que animaba el objeto.
El termino mote viene del francés mot (palabra), frase breve, sentencia que tenía un sentido oculto.
El mote, la empresa, el lema.
El mote era para la familia, la divisa para el
individuo. Y podía ser una sola palabra. Por ejemplo, San Carlos Borromeo tenía
como divisa la palabra Humildad.
La divisa no podía sacarse de objetos desconocidos, no
tenía que ser demasiado enigmática, pero tampoco del todo clara.
En lo que hace al cuerpo, a la imagen, no se admitían
figuras humanas; porque hubiese sido comparar al hombre consigo mismo.
En el siglo XVI y XVII unas divisas llamadas cabezas de mote eran pasatiempos
en los salones, y consistían en frases que debían ser glosadas. El mote,
sabemos, es también el sobrenombre.
Creo que Gombrowicz conocía la literatura heráldica al
menos desde los catorce años, cuando intenta escribir la historia de su familia.
Este conocimiento es manifiesto en su teatro y en su primera novela, Los hechizados.
Una divisa es también algo monetario. La
divisa del escritor, su economía verbal y social, su modo de circulación.
En Moi, Gombrowicz dice: “Soy originario de una
familia noble que durante cuatrocientos años tuvo propiedades en Lituania. La
familia en lo que concierne a sus bienes, sus cargos y sus alianzas era un poco
superior a la media de la nobleza polaca, pero no pertenecía a la aristocracia.
Sin ser conde, tuve un cierto número de tías condesas, pero esas condesas no
eran del mejor rango. Era más o menos”.
Su abuelo había sido condecorado por el Zar y al
comenzar el siglo –dice Gombrowicz- “…éramos una familia desarraigada, nuestra
situación social no era totalmente clara entre Lituania y Polonia del Congreso,
entre la tierra y la industria, entre lo que se llama una buena sociedad y la
otra más bien mediana (…) tenía ya en ese momento una doble vida, había en mi
algo oscuro que por nada del mundo aceptaba aparecer a la luz, era totalmente
incapaz de amar…”.
Ya está aquí el entre, también la doblez. Divisar,
agregar la obra a la familia equívoca.
Vuelvo al título Ferdydurke,
como divisa. Algunas divisas son cifradas. Por ejemplo, repetidas veces aparece
en la corona de Aragón la cifra SYRA, cuyo significado se desconoce.
La cifra, la divisa cifrada de los duques de Saboya es
FERT (y algunos la descifraron como “Frappez,
Entrez, Rompez Tout”).
Tampoco es seguro que pueda divisarse lo mismo que
puede circular –hablado, escrito- del final de análisis, cuya cifra suele pasar
en silencio como un cuerpo sin alma,
reverso de esa alma sin cuerpo
que consume a un escritor como James Joyce (más dit/famado que leído).
[i] Ferdydurke, según Rita
Gombrowicz, surgió de Fredy Durke,
personaje de un “aviso” que aparece en la novela Babitt, de Sinclair Lewis.