Articulo publicado en Revista Deodoro
Pocos días después de la llegada de Witold Gombrowicz al puerto de Buenos Aires, en Europa se desata la Segunda Guerra Mundial, cuando Alemania invade Polonia. El siniestro presagio sobre el peligro del hundimiento de Europa en la barbarie, que Edmund Husserl lanzó en Viena, en 1935, comenzaba a hacerse realidad de la manera más cruenta. La situación impulsa a Gombrowicz a permanecer en Argentina, inspirando una de sus primeras conferencias en el país, “Regresión cultural en la Europa menos conocida”. Sin embargo, mientras Husserl había conseguido concluir su conferencia efectuando un llamado dramático a luchar por el renacimiento espiritual de Europa, a Gombrowicz le fue dado observar cómo sus palabras terminaron siendo el pretexto para el montaje de un debate de opereta que, mezclando toda clase de intrigas políticas, desbarataba sus ingenuas previsiones: “Yo entonces no tenía aún ni una idea remota de lo que era la Argentina”, escribió en su Diario.
Pocos días después de la llegada de Witold Gombrowicz al puerto de Buenos Aires, en Europa se desata la Segunda Guerra Mundial, cuando Alemania invade Polonia. El siniestro presagio sobre el peligro del hundimiento de Europa en la barbarie, que Edmund Husserl lanzó en Viena, en 1935, comenzaba a hacerse realidad de la manera más cruenta. La situación impulsa a Gombrowicz a permanecer en Argentina, inspirando una de sus primeras conferencias en el país, “Regresión cultural en la Europa menos conocida”. Sin embargo, mientras Husserl había conseguido concluir su conferencia efectuando un llamado dramático a luchar por el renacimiento espiritual de Europa, a Gombrowicz le fue dado observar cómo sus palabras terminaron siendo el pretexto para el montaje de un debate de opereta que, mezclando toda clase de intrigas políticas, desbarataba sus ingenuas previsiones: “Yo entonces no tenía aún ni una idea remota de lo que era la Argentina”, escribió en su Diario.

Mientras
vivió en Argentina, durante veintitrés años, Gombrowicz no dejó de ser un escritor
europeo, alguien al que las miradas de los otros, fascinadas o temerosas,
indiferentes o perplejas, le revelaban su ajenidad. Tampoco perdía ocasión de
insinuarse como tal. Con sus libros y sus entregas a Kultura, una revista de los emigrados polacos en Francia, buscaba a
sus interlocutores en Europa, especialmente en París. Medía valerosamente sus
ideas con los filósofos europeos modernos y contemporáneos, se declaraba
existencialista y solía acertar con agudeza: “Es imposible asumir todas las exigencias
del Dasein y al mismo tiempo tomar
café con pastas durante la merienda. Sentirse angustiado ante la nada, pero aun
más ante el dentista”. Sin embargo, mientras aguardaba a que su fama se
extendiese más allá de las fronteras de Polonia, absolutamente confiado de que
esto ocurriría tarde o temprano, se convirtió en el primer promotor de la empresa
de importarse a la Argentina y de justificar su lugar. Se mostró ajeno a las
tendencias de un ambiente cultural al que retrató como el ornamento soso de una
gran estancia, engordado hasta la asfixia por el exceso de importación, el
relajamiento resultante de la abundancia de recursos naturales y el gusto
desmesurado por la politiquería: “¡Ah, si alguien pudiera sacarle del vientre
la fraseología a este simpático pueblito! ¡Esa burguesía, que por la noche toma
vino y durante el día “mate”, es tan plañidera!”.
Gombrowicz
tomó distancia de una literatura que juzgó pretenciosa y falsa, europeizante,
la del grupo nucleado en torno a Victoria Ocampo y a la revista Sur, en primer lugar; pero también se
apartó, con reprobación estética y moral, de los que reclamaban una literatura
fiel a las raíces indoamericanas o políticamente comprometida. Forzosamente, este mapa tiene que resultar
esquemático, caricaturesco quizás. Un día habrá que comparar el registro de
Gombrowicz de su excursión por el Río Paraná con las crónicas de Rodolfo Walsh
sobre esa misma geografía. Es cierto que Gombrowicz declara que no quiso
realizar una descripción objetiva sino únicamente plasmar sus vivencias
personales de Argentina; pero, ¿qué valor otorgarle a la exposición de esas
vivencias si, cuando leemos a Walsh, advertimos que el parte sensual de
Gombrowicz sustrae la atención de una realidad social y humana cercada intencionalmente
por la miseria y la muerte? Hay un fragmento revelador en el Diario Argentino. Gombrowicz toma unas
vacaciones en La Falda y hace nuevos amigos, jóvenes, despreocupados. La escena
es candorosa. Gombrowicz nota su “armonía con América Latina” y, entre
paréntesis, agrega: “mi hermano y mi sobrino se encontraban entonces en un
campo de concentración; mi madre y mi hermana habían escapado de Varsovia en
ruinas y vagaban por la provincia, y sobre el Rin estallaba el rugido de la
última contraofensiva alemana; pero ese rugido, ese grito del que no me
olvidaba, tan sólo aumentaba mi silencio”.
